viernes, 12 de noviembre de 2010

Tio Tito

Era abril siempre abril. Cada año entre mis seis y nueve años…

Miraba el cielo y las copas de los árboles con atención. En el cuarenta y en mi barrio, Pompeya, todas las casitas eran bajas y humildes. Los árboles decoraban los laterales

de las calles adoquinadas. Yo miraba las hojas por si venía el viento y lo esperaba a él, sabía que vendría como siempre y con él, mi alegría. Ese día llegaba fatalmente. Esa mañana golpearon la puerta verde de mi casa, mi madre corrió a abrir y yo detrás de ella. Cuando la puerta se abrió allí estaba él, el tío Tito. Morocho de cara arrugada y curtida, ojos inyectados en sangre, típicos de los alcohólicos, regalándonos una amplia sonrisa dibujada por sus dientes amarillentos de tanto tabaco, pero lo importante y esperado por mí era lo que traía en su mano derecha, como un delicado escudo, un barrilete, mitad bomba y mitad estrella, arriba blanco y abajo rojo, de largos flecos, los dos triángulos de los tiros, larga cola de género negro y un grueso y prometedor ovillo de hilo encerado. Todos sonreíamos plenos de felicidad.

Sin demora el tío Tito me llevaba presuroso al terraplén, donde ya no circulaba ningún tren y que estaba a pocas cuadras de mi casa. Una vez allí el tío estudiaba la dirección del viento, colocaba al barrilete paralelo al mismo y empezaba a remontarlo y a aflojarle el hilo. Yo miraba deslumbrado el espectáculo. Cuando estaba bien alto y flotaba sereno, el tío Tito venía hacia mí, me entregaba el hilo, ceremoniosamente, y me decía que tuviera cuidado, que tirara rítmicamente para que subiera mas y mas. Su sonrisa de placer dulcificaba la rudeza de su rostro curtido de albañil, apoyaba su mano callosa en mi hombro derecho y me palmeaba satisfecho. Pasábamos felices un par de horas y luego íbamos a tomar algo fresco en casa. Es el mejor recuerdo que tengo de mi lejana infancia y nunca sabré, si era el tío Tito o era yo, el que esperaba mas impaciente la llegada del mes de abril…

Ahora

Como un sueño lo perseguí hasta mi muerte, si es que estoy vivo. Yo no era yo, sólo me parecía. Estaría en el nirvana, tan deseado. Ahora todo se hizo fluido, no había ya una espada. En mi vida, solo espuma y rosas. Mis pies iban por caminos que se cruzaban. Me sentía satisfecho de perder las líneas rectas. Me dije, es el tiempo de probar nuevos espacios…

miércoles, 13 de octubre de 2010

Anita


Anita hace unos meses cumplió noventa y ocho años, lo festejó en el geriátrico que curiosamente se llama “El final”. Desde hace muchos meses se encuentra enferma en cama, enferma es un modo de decir, ya que padece las deficiencias físicas acordes a su edad. Parece que se encontrara muy feliz, seguramente porque vive alegremente empastillada. Y en ese estado se divierte puteando a las enfermeras y a sus familiares, especialmente, cuando de tanto en tanto, se acuerdan de ella y vienen a visitarla. Sin embargo, cada tanto sale de su estado letárgico a la que la someten las drogas, mostrándose inteligente y muy lucida, habla largamente de su indiferencia hacia la muerte a la que espera con ansias como la puerta que la llevará a una libertad definitiva. Cuando la medican nuevamente comienza a alucinar y a sentirse joven, corriendo, saltando y riendo sin parar.

Anoche, en ese estado, finalmente murió, seguramente por una sobredosis. Estaba tratando de hacer la vertical. Una dulce sonrisa se dibujaba en su boca cuando la observé tendida en el suelo.

Algo especial


Una fiesta insólita y brillante…Totalmente inesperada.

Ella estaba hermosa, era realmente diferente para mis ojos exigentes, levemente alterados por el consumo delicioso del excelente champagne. Cuando la vi pensé que la muchacha de ojos alocados y manos como pájaros sería mi compañera, la que estaba esperando. Rió sonoramente como campanas celestiales cuando le dije que Cupido era un chiquilín tropezante que jamás podría andar cayéndose si no que siempre estaría firme como mi intempestivo amor. Ella se apretujó a mi cuerpo emanando un calor pleno de primitivo deseo. Nos besamos y acariciándonos nos dirigimos a un hermoso hotel frente al mar. En un juvenil e impaciente vértigo que se consumó en dos días porque la muchacha era hermosa. El tercer día sentí como en la noche un poco casual que se encontraron casados y mirándose con sorpresa como diría en un cuento Abelardo Castillo. Pasaron las horas, yo la veía no tan hermosa como al principio, como si la magia hubiera desaparecido y me quedaron flotando con dolor sus palabras, algo que ella había dicho con tono intrascendente e ingenuo de las grandes revelaciones: -todo estuvo fantástico pero se terminó…-y se despidió sonriendo dulcemente…

lunes, 20 de septiembre de 2010

La espera


-Hola

-Hola

-¿Puedo sentarme?

-La plaza y los bancos son públicos ¿Como no va a poder sentarse?

-Linda tarde, ¿no?

-Si, no hace ni calor ni frío…

-Disculpe, pero hace rato que lo observo y parece que estuviera esperando a alguien…

-No estoy esperando a nadie.

-Perdone, no quise molestarlo…

-No me molesta, porque lo que dice es cierto, estoy esperando…

-Me intriga su respuesta…¿Hace mucho que espera?

-Cincuenta y ocho años…

-¡Como puede ser eso¡? No entiendo…

-No se asombre, acaso usted no esperó muchas veces…

-¿Cómo por ejemplo, qué?

-De chico a los Reyes Magos y los esperaba en sus fantasías de quererlos ver.

-Es cierto…

-Y luego, cuando supo la verdad no siguió esperando igual por si llegaban…

-Tiene razón, contra toda lógica, cada seis de enero, los espero todavía…aunque me ría después.

-Bueno, yo también espero. No ya a los Reyes, pero espero.

-Lo que usted dice me hizo recordar también otras esperas imposibles.

-¿Como cuales?

-A mi madre, que murió cuando era chico. La extraño todavía y en el fondo de mi corazón aún la espero. Algo loco ¿no?

-No es loco, es natural…Por ejemplo yo espero a una mujer a la que amé de joven y no sé por qué me abandonó. A veces, cuando viene una chica, la veo a ella con su vestido hippie de los sesenta, pero cuando se acerca compruebo mi fracaso, me desilusiono, pero no me importa, sigo esperando…

-¡Que constancia la suya!

-Mientras hablaba se me cruzó un pensamiento, no será que lo que usted espera es la muerte ¿será eso lo que espera?

-No, la muerte no, no la espero, espero la vida. La muerte nos espera a nosotros. Y cuando lo decide nos ataca con sus comandos.

-¿Sus comandos?

-Si, sus comandos

-¿Y cuales son?

-Las enfermedades terminales con sus torturas previas, el tiro certero, los accidentes que nunca son casuales, inundaciones, terremotos, guerras. Infinidad de comandos… No, la muerte no…a ella no la espero aunque sé que algún día llegará para aniquilarme…

-Y entonces, qué espera…me lo puede decir…

-Exactamente no sé, no puedo definirlo, pero sé que esta ahí, más allá de la vida y de la muerte ¡Allí! Tengo la esperanza que si espero llegará. No hay otra cosa que pueda hacer…esperar. Ver como transcurre el mundo que me rodea y así, quieto, dejarme fluir. Eso hago, dejarme fluir…

-Ahora lo comprendo. Mañana volveré y esperaré con usted…

-Lo espero…

-Gracias por todo lo que me dio, nos vemos mañana…

-De nada, siga bien…

-Adiós…

-Hasta mañana.

El angel


-Deja de soñar muchacha-gritó cuestionadora la madre- y ponte a pelar esas papas!

Eliana bajo la cabeza y obedeció. Sus manos enrojecidas delataban el frió de la mañana.

Sus veinte años aspiraban a mucho más que eso…

Soñaba con un mundo maravilloso y no con la vulgaridad de la vida diaria. Su casa, hecha de madera y chapa en un barrio tan alejado del centro de la ciudad no le permitían imaginar un mundo mejor. Sólo el parque que se abría a unas pocas cuadras, era para ella una puerta hacia el paraíso.

Soñaba dulcemente cuando hacia sonar su violín, única salida artística que le había permitido su familia itálica.

La música le permitía trasladarse a ese lugar idílico que ella, con sus ojos cerrados, consideraba su origen, su lugar primero.

Otro lugar que completaba sus fantasías era su pequeño y prolijo dormitorio, su cama adornada con un cobertor blanco, la ventana con cortinas de voile rosado, y en especial amaba su silla que ella misma había pintado de un bordó mate, y había bordado un pequeño almohadoncito de cálido color amarillo. Allí, Eliana, se sentaba para ejecutar esa música suave y etérea que le permitían soñar con ese mundo maravilloso y áurico.

Ese día estaba muy feliz presentía que algo muy particular iba a ocurrir. Cerró suavemente sus celestes ojos y oyó el cántico de un violín que venia desde muy lejos. Sus mejillas se sonrojaron ante la expectativa de que algo muy diferente iba a ocurrir, no sabía qué.

El aura se amplió, en su mente una imagen se presentó rodeada de hojas otoñales, ejecutando un violín similar al suyo. Una figura que no se podía definir como femenina. Vestida con una amplia túnica blanca. Un ser que la miraba con lánguidos ojos del mismo color que los suyos y dulcemente, le daba la bienvenida a su mundo espiritual. Alguien que parecía ofrecerse como su ángel protector. Cuando Eliana abrió sus ojos supo que ya pertenecía, definitivamente, a un mundo diferente.

Yin Yang


¡Pobre Inaya!

Una gruesa lágrima brotó de su ojo izquierdo mientras se columpiaba en la barra horizontal, en el Gran Circo Nacional Chino.

Hacía seis meses que lo habían contratado por sus habilidades aéreas que había aprendido en su país, la India. Su trabajo lo hizo muy feliz, pero ahora su tristeza era infinita…

Inaya había nacido veintiséis años atrás en Adampur, un pueblo montañoso de la India. El era el menor de nueve hermanos. De niño se destacó por su agilidad física. Era más bien delgado y su expresión era triste. La habilidad de trapecista la aprendió en un pequeño circo hindú. Al cabo de unos años se destacaba del resto de sus compañeros por su natural habilidad. El circo deambulaba por distintos pueblos. Allí fue donde lo descubrieron los representantes del Gran Circo Chino y lo tentaron con un importante contrato que, finalmente él aceptó. El día que firmaron corrió exultante a la casa de Induja, su novia. Juntos festejaron el éxito, y ni siquiera lamentaron el hecho de la separación de la primera etapa.

Ya en China, Inaya se dio cuenta de su profundo amor por Induja y apenas cobró su primer dinero la mandó llamar. Induja sentía por su novio una gran ternura pero no llegaba a ser un amor apasionado. Lo sentía muy callado, poco cariñoso y muy cerrado en sus apreciaciones. Frecuentemente suspiraba resignada por su destino, que era, según ella, el de toda mujer india. El día que Inaya le envió el pasaje para volar a Beijing, se sintió maravillada. Iba a ser su primer vuelo. Cuado llegó, Inaya la fue a recibir y se trasladaron, a través de las sinuosas calles, a un modesto hotel. Recorrieron la ciudad y al tercer día fueron al Circo. Allí Inaya le mostró el hermoso decorado interior de la gran carpa, un telón que tenía a sus pies un castillo de color blanquecino, con montañas y ríos de variadas tonalidades azules.

-Este decorado- le dijo. –se hizo para dar la sensación de que vuelo muy alto desde mi columpio.

Ella estaba fascinada

Finalmente Inaya le dijo que iban a conocer a uno de los directores del gran circo, un hombre famoso en el mundo entero, el gran payaso Dewei. Ella, sin saber por que, se estremeció.

Dewei tenia sesenta años, alto, de buena presencia con cara de niño grande a la que, el maquillaje de payaso, le otorgaba una enorme ternura. Pero ocurrió algo especial. Cuando Dewei vio a Induja, su interior se sacudió, sintió que estaba frente a la mujer que había esperado toda su vida, su juventud, la gracia, la timidez de la joven, lo trasladaron a un mundo maravilloso e irreal. Se saludaron amablemente. Dewei la miró directamente a los ojos y se dio cuenta que sentía algo que estaba más allá de lo que se puede explicar con palabras. No obstante, contó la historia del Circo y detalles de la obra “Yin Yang” que estaban representando esa temporada. Ella estaba feliz, sonreía libremente, sin temores y él bebía con placer cada tonalidad de su cristalina risa.

En un encuentro casual Induja le dijo que su nombre significaba “hija de la luna” y él, con humor desenfadado, comentó que el suyo significaba “hombre con muchas virtudes”, “aunque no tantas” agregó con una sonora carcajada. Y así entre encuentros casuales y otros buscados se dieron cuenta que se habían enamorado. Él aducía que era muy viejo para ella, Induja decía que la edad no importaba y que ahora sentía algo completamente diferente y abarcativo. La historia siguió intensificándose. Finalmente Induja decidió terminar la relación con su novio, por considerarlo un acto de dignidad.

Ese día Inaya se levantó presintiendo que algo doloroso iba a ocurrir. Había notado la indiferencia de Induja hacia él. Y también había percibido las miradas cómplices que le destinaba a Dewei, pero no sabía como actuar. Esa tarde cuando su novia le pidió hablar intuyó que el final se acercaba, no alcanzaba a soportar lo injusto de la situación. Cuando se reunieron oyó lo que presentía. Calló. Todo le parecía irreal, un sueño, se puso de pie y ante la mirada inquieta de Induja, corrió y velozmente se trepó al columpio, se hamacó audazmente, sus lágrimas caían generosamente en la arena mientras la señalaba con su dedo, siempre el izquierdo, sin proferir una palabra.

¡Pobre Inaya!

Enigmatico tres


Fue en Sevilla. El 25 de Octubre de 1335 se reunió, luego de más de quince años la Cofradía del Antiguo Testamento. Ese día otoñal estaba ensombrecido por gruesas nubes negras. Por una puerta lateral de la catedral de Sevilla, sigilosamente, entraron los cofrades.. En sus ojos brillantes mostraban el interés que había despertado esta secreta e inusual reunión. Ya en el amplio salón ocuparon, uno a uno, sus lugares en las largas mesas rectangulares de rústica madera a cuyos costados se ubicaban simples bancos de algarrobo. En medio de las mesas había candelabros de hierro forjado con tres velas de cebo que iluminaban el espacio. Cuando estuvieron ubicados se hizo un profundo silencio. Luego de una puerta lateral ingresaron doce monjes representantes de la Cofradía del Origen Humano. Se sentaron alrededor de una mesa circular que estaba en el centro del salón. Luego de un prologado silencio, se puso de pie el Hermano Superior de la mesa central, inicio una oración de alabanza a Dios que todos siguieron con sincera devoción, finalmente, con grave voz, dijo:

-Hermanos en Dios, estamos aquí reunidos para develar un secreto. Secreto que nos ha surgido en nuestras largas meditaciones sobre el origen humano. Como ustedes saben, en el comienzo del Testamento, palabra de Dios, se habla de la creación de nuestro padre Adán, amasado en barro, y luego, que el Señor le otorgara un alma inteligente, dijo “para que el hombre no este solo, crearé de una de sus costillas a Eva, la mujer”. Y lo hizo de una costilla para demostrar que no debía estar ni por encima del hombre ni a sus pies, sino para ser su compañera. Pero… –se detuvo emocionado- hay un párrafo que no sabemos explicar, pero que existe. Ese texto revelado dice que entre nosotros van a existir seres similares en forma a las del hombre, pero con sensibilidad femenina, y también hembras con los sentires del hombre. Seria como un tercer sexo. No sabemos como explicarlo, pero debemos creer que hay valores que los simples seres humanos no entendemos.

Cuando calló, se hizo un profundo silencio en la sala. El cofrade mayor de la Cofradía del Antiguo Testamento, luego de deliberar con sus hermanos, pidió tres días para evaluar lo expuesto, plazo que fue otorgado.

Se retiraron en silencio aunque un murmullo de incertidumbre y asombro envolvió el gran ambiente.

Pasado los tres días a las seis de la tarde, se reunieron nuevamente. Llovía torrencialmente. Al abrigo de las velas ocuparon sus lugares como lo habían hecho la vez anterior. Tras un profundo silencio elevaron oraciones de alabanza al Señor. Al terminar la ceremonia el Prior de la Cofradía del Nuevo Testamento se puso de pie y con voz firme dijo:

-Queridos hermanos, hemos analizado minuciosamente el estudio que con tanto cuidado realizaron en la Cofradía del Origen Humano, no nos queda ninguna duda que el Señor haya podido dar vida a seres humamos que, siendo hombres tengan sentimientos de mujer y a la inversa, mujeres con todas las características del hombre. Muchos de nosotros hemos observado en nuestras respectivas Iglesias que, en confesión, se daban frecuentes casos como los mencionados. Pero, aunque lo sentimos natural, pensando que aún hoy el pueblo no lo pueda entender, ya que a nosotros mismos nos resulta difícil, decidimos ocultar esta revelación para un momento más oportuno.

Silencio.

Prosiguió:

- Si estamos de acuerdo pongámonos de pie y expresemos que actuaremos así por la voluntad de Dios.

Poco a poco todos se pusieron de pie y al unísono exclamaron:

-Así sea por la voluntad de Dios.

Finalmente elevaron nuevos cánticos de alabanza y se retiraron desapareciendo en la oscuridad de esa noche desapacible de otoño.

Este secreto no nos fue revelado aún públicamente, pero se ha deslizado la información desde los laberínticos y oscuros despachos vaticanos.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Frivolidades


Eulalia tomó presurosa el taxi que la llevaría del centro a Mikonos, el restaurante griego de la calle Olleros. Hacia dos meses que no veía a sus amigas y estaba ansiosa por contarles lo vivido en los últimos cuarenta y cinco días. Su viaje por mar desde el sur de Italia a Grecia para culminar en Madrid. Eulalia era definitivamente hermosa, su bello rostro rodeado por un cabello rubio y lacio que como marco dorado la adornaba. Su espléndida figura, su andar señorial, que junto a su juventud, contribuía a su esplendor. Pero no solamente eso, sino su inteligencia y creatividad la hacían una persona muy especial. A ella se le ocurrió ir al restaurante griego como un lugar adecuado después de su viaje a Grecia. Cuando llegó ya estaban sus amigas. Primero vio a la jubilosa Eufemia de tez morena, cuerpo voluptuoso y una sonrisa alegre que la hacían inconfundible, detrás de ella estaba Eugenia expresando en su rostro el placer que le producía compartir la cena con sus queridas amigas. Era la de más edad. Su cabello rojo delataba sus esfuerzos por estar actualizada con las modas juveniles.

Las tres se saludaron cálidamente y elogiaron mutuamente el buen porte que todas lucían. Muy alegres ocuparon la mesa que había reservado Eulalia. Para comenzar Eugenia pidió piropitas, parecidas a las empanadas, y para beber una botella de champagne.

Hablaron animadamente mientras compartían el plato principal.

Eugenia les contó el romance tormentoso que vivía con un joven del gimnasio al que concurría. Lo describió más bien alto, rubio y con un cuerpo bien atlético. Rieron las tres cuando Eufemia se aventuró más aún y les narró las habilidades sexuales, el ímpetu, el deseo que nunca parecía satisfecho y la necesidad de él de no detenerse ante nada. Las unió más esa complicidad y hasta cierto punto las excitó lo fogoso del relato.

Esto llevo a Eugenia a contar la fiesta íntima que organizó en su casa con su pareja. Bebieron y bailaron hasta el amanecer. Su novio, cuando brindaron, le colocó un anillo muy valioso y le dijo que con ese acto formalizaba definitivamente su mutua relación. Eugenia se conmovió hasta las lagrimas y se dio cuenta que su vida empezaba a ser una verdadera fiesta.

A los postres Eulalia comentó con detalles su viaje. El sur de Italia le pareció un lugar maravilloso, pero Atenas la sacudió con su historia reflejada en la Acrópolis, el templo de Zeus Olímpico pero, en especial el aire erótico que se respiraba. Finalmente entró a contar sus intimidades, el encuentro con un joven griego que la sedujo y que viajaba, casualmente, a España en el mismo avión que ella. Ya en Madrid comenzaron a vivir una apasionada relación que ella intuía que iba a permanecer en el tiempo, pero como mujer equilibrada sabía que había que esperar.

Y así entre risas y humoradas festejaron el reencuentro.

Esa relación con la vida misma sin darse cuenta que ellas eran lo mejor de la vida misma. Eran simplemente el amor, el bello y eterno amor.

Finalmente, al despedirse, Eulalia comentó que en el Museo del Prado se divirtió mucho cuando vio a las Tres Gracias de Rubens, comentó “Son tres mujeres gordas y deformes, no se que les vio el pintor, para llamarlas así”.

Todas rieron de la humorada de Eulalia.

Metamorfosis

Corría el año 1100 en Inglaterra. En un palacio adusto y con amplios campos de pastoreo bordeados por un caudaloso río de aguas claras, vivía Ariadne. Se había casado hacia varios años con Anthony conde de Coventry.

Ella se veía hermosa y realmente lo era, en la soledad de su dormitorio muchas veces miraba y acariciaba su cuerpo desnudo frente al espejo de marco dorado.

Un amplio ventanal daba a una bella pradera verde donde pastaban yeguas y caballos de porte definido, ella los miraba y su distracción era verlos retozar por los verdes pastos.

En la época de apareamiento se sonrojaba y sentía algo extraño en ella misma cuando los machos embestían a las hembras con brío. Ellas a veces se resistían, pero ellos acuciados por el instinto lograban su cometido entre alaridos sordos de los machos y algunos agudos de las hembras. Ese espectáculo la conmovía profundamente. Y llegó a envidiar obsesivamente a sus compañeras de género.

Un día de verano, Ariadne se dirigió a su dormitorio, se desnudó para calmar el calor que le producía su pesada vestimenta y observó nuevamente su hermoso cuerpo. Acarició sus senos pequeños, su sexo, sus muslos, se estaba excitando en demasía, así que decidió para calmarse, ir hasta el río que bordeaba el campo para sumergirse en sus frescas aguas.

Se vistió prontamente con ropaje liviano y salió. Atravesó la pradera y una vez mas percibió la sensualidad que emanaba de la manada caballar.

Se excitó más aún.

A orillas del río eligió una hondonada oculta por frondosos árboles. Lentamente se quitó prenda por prenda de su costoso vestuario, y ya desnuda se dirigió trémula a las refrescantes aguas.

Su cuerpo se estremeció con su contacto, por su imaginación pasaron sus días de aburrimiento y angustia, sus mas íntimos deseos insatisfechos, su anhelo de libertad, la tensión fue creciendo a limites intolerables.

Una luz iridiscente se hizo en su mente, e inexplicablemente grito:

-¡Sea!

Más que un grito parecía un alarido cuando volvió a repetir:

-¡Sea!

Algo se estremeció profundamente, notó que sus caderas se ensanchaban, que su cuerpo crecía y crecía, que una voluptuosidad animal la invadía. Finalmente dejo de pensar, ahora se sentía otra, plena, libre, gozosa. Observó su rostro animal en el espejo del agua. Luego ya en cuatro patas terminó de vadear el lecho del río, se sacudió en la orilla y por puro instinto se dirigió trotando alegremente hacia la manada.

Cuatro machos de buen porte salieron a darle la bienvenida a una sensual yegua rosada.


viernes, 13 de agosto de 2010

Celos


Hoy estoy de buen humor, voy contento de un lado para el otro, pero aun no definí que hacer. Siento que ella esta intentando abrir la puerta, entra y voy a su encuentro. Me nota alegre y me sonríe con el cariño de siempre. No obstante yo la observo cuando se dirige al dormitorio. Se desnuda, se mete en el baño y se da una larga ducha. Se perfuma y se enfunda en el amplio pijama que a mí tanto me gusta. Sigue silenciosa, pero canturrea esa vieja canción. Yo no la perturbo porque sé que esta esperando que regrese él. Mira el reloj repetidas veces, nuevamente escucho el forcejeo de la cerradura y entra él. Debo aceptar que estoy celoso. Pero a pesar que acepté esta situación desde el principio no dejo de sentir esta frustración que yo llamo ”mi dolor de cada día.” Él se acerca sonriente y la besa, ella responde con entusiasmo, yo me voy porque no quiero ver, Se acabó mi alegría, ellos ni me miran. De bronca ladro.

viernes, 6 de agosto de 2010

La otra


Ella lo miró, se dio cuenta, pero se hizo la distraída. Siguió cosiendo el pantalón marrón. El ambiente estaba muy tenso. El le había gritado que estaba harto de ella. Que los años pasados no volverían. Que no quería más discusiones. Que ya no era un chico para no entender sus razonamientos. Ella lo vió fumar el último cigarrillo y estrujar con fuerza el paquete vacío.

Se dio cuenta que el momento había llegado. De pronto él dijo:


- Voy a comprar cigarrillos y vuelvo…


Ella lo miró sobradora, le dio un beso sin esperanza y él se fue dando un seco portazo.


Al rato largo cuando confirmó que no volvería, sollozó…


El la fue a buscar a la confitería de siempre. Estaba muy bonita. La abrazó con fuerza y la besó apasionadamente. Tomaron el café mirándose a los ojos. El dijo:

-Ya no iba más. Tenía que tomar esta decisión. Me controlaba en todo. Me exasperaba. No la aguantaba más...


Ella sonrió comprensiva y protectora. El le oprimió con fuerza sus manos y siguió:

-Desde hoy , vos y yo viviremos juntos, bajo el mismo techo. Nos queremos. Me gustaría tener un hijo tuyo…No quiero volver nunca más a lo de antes, nunca más…


Ella lo calmó con un beso lleno de ternura y le susurró “te quiero”…


Permanecieron largo rato en silencio. Finalmente le dijo dulcemente…


-Tranquilo, mi amor, ahora estaremos siempre juntos. Ya la volverás a ver, después de todo es tu madre…

Bang !!


El trueno confirmó la copiosa lluvia que como antes, nunca…

Desde la ventana del 5º piso del albergue, los dos, desnudos, en el cálido ambiente, veían inundarse la Juan B. Justo arrastrando autos que flotaban como indefensas embarcaciones a la deriva…


Bang !!


Ella se estremeció… El veterano, veinte años mayor, la cobijó en un abrazo protector que aumentó su excitación…


Bang !!


- A mal tiempo buena cama…-parafraseó él.

Y ella lanzó una carcajada juvenil, cristalina y eterna que alegró el ambiente mientras lo besaba provocativamente. Cayeron abrazados sobre la cama y se entregaron a las caricias disfrutando del placer de una plena relación sexual…


Bang !!


La lluvia no cesaba. Se adormecieron largo rato, muy juntos. Ella se levantó, caminó hacia el baño. Él disfrutó de su cuerpo al verla de atrás…


Bang !! Bang !!


Abrió nuevamente sus ojos, miró el cielorraso de color azul y murmuró:

- Soy feliz !!

Pasaron dos años…

Él regresaba a su pequeño departamento de Palermo. Un ambiente desordenado y sucio. Ni siquiera una foto de ella. La depresión por el abandono le había calado hasta los huesos. Sus ojos navegaban como a la deriva…No podía olvidarla…

Al rato abrió el cajoncito de la mesita de roble y sacó la nueve milímetros. La sopesó y jugó con el arma desnuda y fría. Se sentó en el piso contra la pared. Tenía ganas de llorar pero no pudo. Al fin se decidió…


Bang !!


Agonizaba …En su mente vio claramente la Juan B. Justo. Llovía torrencialmente. Quiso escapar de la inevitable inundación pero no pudo. Los autos flotaban como embarcaciones a la deriva. Un grueso tronco navegaba hacia su cabeza malherida. Supo que no lo podría evitar. Era el fin…todo se hizo oscuro y de pronto el final llegó…


Bang !! Bang !!

El caballerazo


-Que hijo de puta ! soltó Julián para que el del kiosco de revistas lo oyera-

Lo viste- siguió.

-A quién?

- A ese tipo que pasó, que se las tira de gran señor, a ese que como siempre se adelantó a todos los que esperaban y entró primero al subte cagando a los demás. Siempre hace lo mismo el muy turro …

-No te calentés- dijo el diarero-acá, en el subte, todos los días pasa de todo…


Julián se calló pero en su cabeza seguía broncando contra ese boludo finoli que todos los días elegantemente vestido cruzaba el andén sin darle cinco de bola. Al rato con la nueva manada de las once que iba para el centro, Julián siguió ofreciendo sus cuadernillos fotocopiados con sus propios poemas, a cinco pesos cada uno.

Mis poemas, se decía, van mejorando día a día, algunos son perfectos, pero a la gente no le interesan, de vez en cuanto a una mina o a algún jovato. Pero son buenos, se repetía para alentarse.

-El kiosquero leyó algunos y me dijo que estaban buenos, pero eso no me alcanza…

-Poesía a cinco pesitos, solo cinco pesitos…voceó mientras pasaba indiferente la manada.


Al día siguiente cerca de las once como siempre pasó el digno señor, como burlonamente lo llamaba Julián. Le hicieron espacio cuando encaró la puerta del subte, antes de subir se detuvo y dejó pasar a dos señoras jóvenes que iban detrás , y que le agradecieron con una sonrisa, después entró él, luego dos mas y las puertas se cerraron dejando abajo a varios que intentaban subir y no pudieron por la demora…

Julián que había visto todo gritó con indignación:

-Que hijo de puta! Lo viste, lo viste- le dijo al diarero

-Si lo vi…

-No me digas que no es un hijo de puta!

-Tenés razón, es un hijo de puta-confirmó el kiosquero


Ayer Julián vio venir al elegantón y se acercó como para decirle algo, pero el otro se le adelantó y le dijo.

-Vos escribís estos cuadernitos con poemas, me dejás verlos- le sacó de la mano un ejemplar, leyendo rápidamente un par de poemas…


Julián se paralizó, no sabía qué decir mientras el otro leía su poesía con atención. Luego con aire de aprobación le dijo:

-Son muy buenos, che! ,porque no los publicás. Tenés mucho material…

-Estee…tengo más de mil poemas y nunca publiqué ninguno, balbuceó Julián.

-Mirá viejo, yo tengo una editorial pequeña, juntá todo y vení a verme, si querés …

-Si, si, dijo Julián mientras recibía su tarjeta.


Llegó el subte, el tipo se mandó como siempre, primero, erguido, arrogante…

Julián se acercó al kiosco con la cola entre las patas. El kiosquero al verlo le dijo con su voz ronca:

-Te estaba viendo… Lo cagaste a pedos a ese hijo de puta!

-Que hijo de puta ni hijo de puta. No es un hijo de puta es todo un caballerazo…

Si hasta me dio la mano-dijo-levantando con orgullo la derecha