jueves, 16 de septiembre de 2010

Metamorfosis

Corría el año 1100 en Inglaterra. En un palacio adusto y con amplios campos de pastoreo bordeados por un caudaloso río de aguas claras, vivía Ariadne. Se había casado hacia varios años con Anthony conde de Coventry.

Ella se veía hermosa y realmente lo era, en la soledad de su dormitorio muchas veces miraba y acariciaba su cuerpo desnudo frente al espejo de marco dorado.

Un amplio ventanal daba a una bella pradera verde donde pastaban yeguas y caballos de porte definido, ella los miraba y su distracción era verlos retozar por los verdes pastos.

En la época de apareamiento se sonrojaba y sentía algo extraño en ella misma cuando los machos embestían a las hembras con brío. Ellas a veces se resistían, pero ellos acuciados por el instinto lograban su cometido entre alaridos sordos de los machos y algunos agudos de las hembras. Ese espectáculo la conmovía profundamente. Y llegó a envidiar obsesivamente a sus compañeras de género.

Un día de verano, Ariadne se dirigió a su dormitorio, se desnudó para calmar el calor que le producía su pesada vestimenta y observó nuevamente su hermoso cuerpo. Acarició sus senos pequeños, su sexo, sus muslos, se estaba excitando en demasía, así que decidió para calmarse, ir hasta el río que bordeaba el campo para sumergirse en sus frescas aguas.

Se vistió prontamente con ropaje liviano y salió. Atravesó la pradera y una vez mas percibió la sensualidad que emanaba de la manada caballar.

Se excitó más aún.

A orillas del río eligió una hondonada oculta por frondosos árboles. Lentamente se quitó prenda por prenda de su costoso vestuario, y ya desnuda se dirigió trémula a las refrescantes aguas.

Su cuerpo se estremeció con su contacto, por su imaginación pasaron sus días de aburrimiento y angustia, sus mas íntimos deseos insatisfechos, su anhelo de libertad, la tensión fue creciendo a limites intolerables.

Una luz iridiscente se hizo en su mente, e inexplicablemente grito:

-¡Sea!

Más que un grito parecía un alarido cuando volvió a repetir:

-¡Sea!

Algo se estremeció profundamente, notó que sus caderas se ensanchaban, que su cuerpo crecía y crecía, que una voluptuosidad animal la invadía. Finalmente dejo de pensar, ahora se sentía otra, plena, libre, gozosa. Observó su rostro animal en el espejo del agua. Luego ya en cuatro patas terminó de vadear el lecho del río, se sacudió en la orilla y por puro instinto se dirigió trotando alegremente hacia la manada.

Cuatro machos de buen porte salieron a darle la bienvenida a una sensual yegua rosada.


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