viernes, 12 de noviembre de 2010

Tio Tito

Era abril siempre abril. Cada año entre mis seis y nueve años…

Miraba el cielo y las copas de los árboles con atención. En el cuarenta y en mi barrio, Pompeya, todas las casitas eran bajas y humildes. Los árboles decoraban los laterales

de las calles adoquinadas. Yo miraba las hojas por si venía el viento y lo esperaba a él, sabía que vendría como siempre y con él, mi alegría. Ese día llegaba fatalmente. Esa mañana golpearon la puerta verde de mi casa, mi madre corrió a abrir y yo detrás de ella. Cuando la puerta se abrió allí estaba él, el tío Tito. Morocho de cara arrugada y curtida, ojos inyectados en sangre, típicos de los alcohólicos, regalándonos una amplia sonrisa dibujada por sus dientes amarillentos de tanto tabaco, pero lo importante y esperado por mí era lo que traía en su mano derecha, como un delicado escudo, un barrilete, mitad bomba y mitad estrella, arriba blanco y abajo rojo, de largos flecos, los dos triángulos de los tiros, larga cola de género negro y un grueso y prometedor ovillo de hilo encerado. Todos sonreíamos plenos de felicidad.

Sin demora el tío Tito me llevaba presuroso al terraplén, donde ya no circulaba ningún tren y que estaba a pocas cuadras de mi casa. Una vez allí el tío estudiaba la dirección del viento, colocaba al barrilete paralelo al mismo y empezaba a remontarlo y a aflojarle el hilo. Yo miraba deslumbrado el espectáculo. Cuando estaba bien alto y flotaba sereno, el tío Tito venía hacia mí, me entregaba el hilo, ceremoniosamente, y me decía que tuviera cuidado, que tirara rítmicamente para que subiera mas y mas. Su sonrisa de placer dulcificaba la rudeza de su rostro curtido de albañil, apoyaba su mano callosa en mi hombro derecho y me palmeaba satisfecho. Pasábamos felices un par de horas y luego íbamos a tomar algo fresco en casa. Es el mejor recuerdo que tengo de mi lejana infancia y nunca sabré, si era el tío Tito o era yo, el que esperaba mas impaciente la llegada del mes de abril…

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