jueves, 16 de septiembre de 2010

Frivolidades


Eulalia tomó presurosa el taxi que la llevaría del centro a Mikonos, el restaurante griego de la calle Olleros. Hacia dos meses que no veía a sus amigas y estaba ansiosa por contarles lo vivido en los últimos cuarenta y cinco días. Su viaje por mar desde el sur de Italia a Grecia para culminar en Madrid. Eulalia era definitivamente hermosa, su bello rostro rodeado por un cabello rubio y lacio que como marco dorado la adornaba. Su espléndida figura, su andar señorial, que junto a su juventud, contribuía a su esplendor. Pero no solamente eso, sino su inteligencia y creatividad la hacían una persona muy especial. A ella se le ocurrió ir al restaurante griego como un lugar adecuado después de su viaje a Grecia. Cuando llegó ya estaban sus amigas. Primero vio a la jubilosa Eufemia de tez morena, cuerpo voluptuoso y una sonrisa alegre que la hacían inconfundible, detrás de ella estaba Eugenia expresando en su rostro el placer que le producía compartir la cena con sus queridas amigas. Era la de más edad. Su cabello rojo delataba sus esfuerzos por estar actualizada con las modas juveniles.

Las tres se saludaron cálidamente y elogiaron mutuamente el buen porte que todas lucían. Muy alegres ocuparon la mesa que había reservado Eulalia. Para comenzar Eugenia pidió piropitas, parecidas a las empanadas, y para beber una botella de champagne.

Hablaron animadamente mientras compartían el plato principal.

Eugenia les contó el romance tormentoso que vivía con un joven del gimnasio al que concurría. Lo describió más bien alto, rubio y con un cuerpo bien atlético. Rieron las tres cuando Eufemia se aventuró más aún y les narró las habilidades sexuales, el ímpetu, el deseo que nunca parecía satisfecho y la necesidad de él de no detenerse ante nada. Las unió más esa complicidad y hasta cierto punto las excitó lo fogoso del relato.

Esto llevo a Eugenia a contar la fiesta íntima que organizó en su casa con su pareja. Bebieron y bailaron hasta el amanecer. Su novio, cuando brindaron, le colocó un anillo muy valioso y le dijo que con ese acto formalizaba definitivamente su mutua relación. Eugenia se conmovió hasta las lagrimas y se dio cuenta que su vida empezaba a ser una verdadera fiesta.

A los postres Eulalia comentó con detalles su viaje. El sur de Italia le pareció un lugar maravilloso, pero Atenas la sacudió con su historia reflejada en la Acrópolis, el templo de Zeus Olímpico pero, en especial el aire erótico que se respiraba. Finalmente entró a contar sus intimidades, el encuentro con un joven griego que la sedujo y que viajaba, casualmente, a España en el mismo avión que ella. Ya en Madrid comenzaron a vivir una apasionada relación que ella intuía que iba a permanecer en el tiempo, pero como mujer equilibrada sabía que había que esperar.

Y así entre risas y humoradas festejaron el reencuentro.

Esa relación con la vida misma sin darse cuenta que ellas eran lo mejor de la vida misma. Eran simplemente el amor, el bello y eterno amor.

Finalmente, al despedirse, Eulalia comentó que en el Museo del Prado se divirtió mucho cuando vio a las Tres Gracias de Rubens, comentó “Son tres mujeres gordas y deformes, no se que les vio el pintor, para llamarlas así”.

Todas rieron de la humorada de Eulalia.

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