jueves, 29 de julio de 2010

El monstruo


Mi nombre es Norberto. Desde siempre siento una absoluta oquedad en mi cuerpo y en mi mente, vivo sin alma. Mi paso es cada vez más torpe, a medida que transcurre el tiempo, y mis ojos se han hecho groseramente desproporcionados como mi nariz.


Deambulo por las calles del centro de Buenos Aires y tropiezo a cada paso con seres desolados que no me tienen en cuenta. Parece como si no me vieran. Cuando yo los miro con atención los percibo como diversos monstruos desagradables. Algunos de cabezas triangulares y verdes como la codicia, otros redondos y rojos como lujuriosos reprimidos, otros tristes como entregados a su destino. Parecen zombis, inútilmente acelerados, desprovistos de vida. Algunos de ellos, sin esperanza alguna, conmueven, mientras atraviesan esta incomprensible realidad…


Sigo caminando como sin rumbo hacia mi nueva casa. Otra vez la vieja tarea, pienso. En las afueras la encuentro. Es una noche clara, de luna plena…luna que pinta de blanco el jardín que la bordea, Curiosamente también es totalmente blanca. El living es muy amplio y por la decoración sobria diríamos que minimalista. Mi dormitorio esta arriba. Subo pesadamente las escaleras de madera que crujen con sones lúgubres a mi paso. En el espejo que acompaña mi ascenso no logro divisarme. Como si no existiera. Penetro en el cuarto. El resplandor lunar me permite ver al niño que descansa plácidamente. Me acerco para percibir su belleza, pero el durmiente se estremece y hace unas muecas como si presintiera algo malo. Me aproximo algo más y veo mi sombra que mancha de negro las blancas sábanas. Sonrío amargamente por mi triste destino. Me arrodillo y logro arrastrar mi grosero cuerpo debajo de la cama. Otra victima para la monstruosa realidad. Curiosamente el niño se llama Norberto. Me acomodo para descansar. Sé que en un momento me volveré transparente…

Ahora si


Todo oscuro. Abro los ojos, veo nublado. Parece que mis viejos están asustados. Cierro los ojos. Todo negro. Oigo voces, miro, hay un gordo de blanco. “tiene cuarenta de fiebre” le dice mamá. Veo que me miran.. Salgo corriendo por la calle hasta la esquina de la Turca. Están Manolo, el Gordito y la Pichona. Por el fondo de la calle Trole vemos muchas luces. Es una carroza, grande, muy iluminada, rara. Nos invitan a subir los payasos que se ríen como locos. Nosotros no subimos. Se van haciendo mucho ruido. Vienen corriendo las vacas, son como mil. Nos asustamos, nos quedamos sentados en el umbral con los ojos bien abiertos .Tenemos mucho miedo. Corro por Patagones, es casi de noche, hace frío. Me meto en la iglesia del Niño Jesús. Voy hasta el altar. Unas viejas todas vestidas de negro, rezan el rosario, con los ojos para arriba, mirando el techo. Me asustan, me voy. Ellas también tienen miedo. Corro hasta mi casa, tengo sed, mucha sed. Voy a la cocina a tomar agua de la canilla. En el almanaque leo “junio 1942, pero no me acuerdo que día es hoy. Voy para la vereda. Me junto con los chicos. No sé de qué hablan. Detrás del árbol de la lechería sale un viejo con la cara del diablo, de ojos grandes y verdes. Les grito “corramos” y todos nos vamos hasta la esquina de Uspallata. No doy más. Miro para la librería y veo que tres perros vienen para acá. Los chicos se fueron, estoy solo, Uno es el Veli, otro el Biyú, son mis perros, se ponen a mi lado. Pero el otro me ladra, abre una boca enorme. Veo sus dientes y me asusto. Corro de nuevo, el perro me sigue. Es gris como una rata grande. Subo la escalera, viene atrás mío, me quiere alcanzar. Me apuro hasta que no doy más. Grito. Abro los ojos. Mi papá llora arrodillado al lado de mi cama. Cierro los ojos. Oigo voces. Otra vez el perro-rata me persigue. Todo está muy oscuro, muy oscuro…


Abro los ojos sesenta años después, el perro me alcanzó…

martes, 27 de julio de 2010

El chancho


-No te hagas el chancho rengo- le dijo Ramirez a su colega el oficial Garcia


-Que me querés decir, boludo…


-Que le estas tirando onda a Maria sabiendo que anda conmigo..


-Dejate de joder...


Ramirez iba a contestar cuando el jefe los aplacó con una dura mirada. Al rato se calmó la tensión..


-No peleen por un problema de polleras, carajo!!.

Luego sonrió y dijo:


-Lo del chancho me hizo acordar a un caso en el 80, cuando tuve que ir a Guatraché , en la Pampa..


Los dos lo miraron con más atención. Pensaron, otra historia del viejo, pero se aprestaron a escuchar.


-En esa época yo era nuevito en la división de asuntos especiales y me mandaron para allá a investigar. Los de la provincia no habían encontrado rastros de una menor desaparecida…


Tomó lentamente el mate que le pasaron y entre sorbo y sorbo prosiguió:

-El asunto era el de siempre, una pendeja mas o menos linda, de 14 años salió de madrugada, aún de noche para la escuela que estaba a quince cuadras de la chacra de sus padres…no vino al mediodía cuando la esperaban, ni regresó mas…


El pueblo empezó su búsqueda, la policía se movilizó pero sin ningún resultado, hasta que los medios de Buenos Aires se metieron en el asunto y se armó un kilombo brutal.


Ni bien llegué a Guatraché interrogué a los padres y a los que trabajaban en la chacra, un peón y un peoncito, a sus compañeros del colegio, conocidos, etcétera, es decir: muchas horas de laburo sin lograr nada Con el comisario hablamos de un tipo con un auto que ese día pasó por el pueblo de mañana y siguió por el camino en el que debía venir la chica , empezamos a convencernos de un posible secuestro

Al otro día, el último, volví hasta el rancho, hablé nuevamente con los viejos, revisé al detalle el cuarto donde dormía la chica y no observé nada interesante…


Algo frustrado estaba mirando el gallinero, cuando vi al peoncito levantado huevos de las ponedoras colocándolos delicadamente en una canasta…me acerqué y le pregunté por preguntar:


- Cuantos huevos sacan por día..


-Mas o menos cincuenta


-Y que otras cosas hacés vos…


-Hago mandados, doy de comer a las gallinas y al chancho.


-Y al chancho que le das –pregunté de puro aburrido


-Todas las sobras…


Por el olor me avivé donde estaba el chiquero y enfilé para allá. Sentí cierta nausea y escupí varias veces. El gauchito me seguía…


El Jefe largó el mate y continuó…

Un enorme chancho me miraba desde el barro, sentí cierto temor sin saber porque. Un montón de comida podrida lo rodeaba. Ya me iba cuando vi algo rojo como un tomate, volví a mirar, no sabía que era, si era sangre o un trapo.


-Che, traeme un palo o algo para sacar eso

Cuando lo logré sacar me di cuenta que era un trapo grande, como un mantel…me dí vuelta para mirar al muchacho y ví que estaba colorado, con cara de miedo…


-Que te pasa- le grité


-Balbuceando me dijo:


-Yo no fui…


-No fuiste que??-dije con la certeza de encontrar al culpable..

Inclinó la cabeza y se puso a llorar.


Lo demás, lo de siempre, intentó manosear a la chica, ella quiso gritar, le tapó fuerte la boca y la golpeó contra un tronco, con tal mala suerte que la mató. Cuando se avivó que estaba muerta, del mismo susto la tiró en el chiquero y con el palo la hundió en el lodo y día a día repetía la operación cuando tiraba la comida. Finalmente el tiempo o el chancho hicieron el resto…


Lo más curioso es que nunca me habría imaginado que la hubieran ocultado ahí…

El jefe lentamente se tomó otro mate


Hasta que Ramirez para hacerse el chistoso, saltó diciendo estruendosamente:

-Jefe, al final, como dice el refrán, la culpa no la tenía el chancho sino el que le daba de comer…


Todos rieron…

Cerezas


Iba muy tensionado a la casa de su novia. Era la primera vez y en la formal presentación iba a estar reunida toda su familia. Se había vestido de “elegante sport”. Se veía muy viril, era alto, rubio y de ojos muy claros. Cuando llegó a la casona de San Isidro vio a Carola esperándolo en la puerta. Estaba radiante luciendo un vestido muy escotado que hacían vislumbrar sus pechos firmes, voluminosos y blancos, que no le pasaron desapercibidos.


En la sala le presentó sonriente uno a uno a todos sus familiares con un cordial e ingenioso comentario. Sus padres fueron efusivos y cálidos. Eso lo tranquilizó y sonrió calmado. Todos estaban muy elegantes. Al rato él, Carlos, se sintió uno mas.


Última en llegar fue la tía Lucy, una cuarentona muy bella de grandes ojos negros y brillantes. De cuerpo muy sexy y movimientos felinos. Cuando se acercó a la feliz pareja para presentarse sus ojos chispearon de envidia y su boca se endureció. Lucy vivía sola, sus amores habían sido apasionados y breves. La familia la consideraba una lujuriosa insatisfecha. Con irónico humor, no exento de malicia la llamaban “la bruja” por su dedicación a las cosas esotéricas que practicaba, ella nunca respondía pero sonreía enigmáticamente…


La bruja puso toda su atención en Carlos, varias veces se paseó ondulante frente a él con finalidad seductora, pero fracasó. Carlos tenía ojos solo para Carola. Furiosa se acomodó en un sillón repujado que estaba en el rincón derecho. “Viene de clase inferior” se dijo para consolarse y observó los esfuerzos que hacía para agradar a todos, entonces planeó su venganza, entrecerró los ojos y envió hacia Carlos un demonio que eligió sabiamente, el demonio de la gula, cuando terminó su diabólica tarea sonrió…


Carlos sintió un estremecimiento cuando se dirigía al comedor. Algo había en él que nunca había sentido. Se sentaron, Carola le tomó la mano que el rechazó. Un hambre inaudita se apoderó de su cuerpo y de su mente. Su boca se llenó de saliva burbujeante. No podía entender que le pasaba. Cuando trajeron las fuentes sintió odio por los que se sirvieron los primeros platos. En su cabeza había una sola orden “toda la comida es tuya, solo tuya”. Las caras de los comensales se borraron de su vista. Solo veía el rostro y los ojos negros y penetrantes de la bruja, que sonreía. Se abalanzó sobre la comida devorándola desesperadamente. Peleaba plato por plato. Los comensales atónicos no entendían que pasaba con ese energúmeno que gruñía y arrebataba furioso cualquier alimento, se pusieron de pié y se alejaron a cierta distancia de la mesa, viendo a Carlos engullirse todo hasta el hartazgo. Cuando se calmo un poco emitió un estremecedor y resonante eructo…


Carola sollozaba cuando lo vio levantarse de la mesa. Su ropa manchada de salsas, cremas y restos de comida.


Carlos con ojos extraviados buscaba la salida, cuando se dirigía hacia ella percibió a Carola sollozando, se acercó, miró sus pechos temblorosos, le desgarró el escote, los pezones le parecieron dos exquisitas y turgentes cerezas, su boca se espumó, avanzó sobre ellas…

Vela en rosa


Quien será ? -se preguntaba perturbado


El tenía una rara costumbre, encendía una vela, la colocaba en un platito de cerámica blanca y todos los días al anochecer lo colocaba en la puerta de su modesto departamento de dos ambientes.

Su vivienda estaba flanqueada por otros dos departamentos similares.


En el de la derecha vivía una señora mayor muy habladora y chismosa con su hijo solterón. En el otro vivía una mujer de algo más de cuarenta, delgada, que caminaba con la cabeza baja inclinada hacia un lado, casi diariamente se cruzaban en el pasillo, lo miraba como interesada pero solo musitaba una respuesta y se alejaba presurosa.


El asunto de la vela encendida todas las noches tenia una historia. Ricardo vivió con su madre hasta que ella falleció, hacía 2 años, recién ahora estaba terminando de elaborar el duelo y esa costumbre de la vela la seguía porque su madre era muy temerosa y se lo pedía siempre.


Pero últimamente casi todas las noches le robaban la vela, primero quedo intrigado, después temeroso y finalmente no podía entender para que le robaban una insignificante vela. Finalmente se decidió investigar y acechaba noche a noche para poder descubrir “in fraganti” al culpable.


Sus conjeturas lo llevaban a sospechar de los muchachos de los deliveris , del encargado, de algún vecino joven que quisiera fastidiarlo, pero especialmente de la vieja de al lado, y aquí se fijo su pensamiento hasta la obsesión.


Escuchaba los ruidos del departamento de la mujer, adivinaba sus movimientos cuando escuchaba a través de la pared. Si la sentía salir, salía para tratar de sorprenderla, hasta le pareció verla entrar a su casa la noche que salió y la vela no estaba.


Un día decidido increparla, tocó timbre, la mujer le abrió y lo hizo invitó a pasar. Al principio no quería hacerlo pero entró y directamente le dijo si ella le sacaba las velas. La señora sonrió y le dijo:


-A usted le parece que a mi edad haga esas pavadas, debe ser otro, porque no Alejandra, dijo refiriéndose a la otra vecina.


-No, esa mujer no -dijo Ricardo-no la creo capaz…


-No se crea, esa mujer es rara. No habla con nadie, solo se que trabaja en una inmobiliaria. Vuelve casi siempre pasadas las diez de la noche. No sé en que andará la mosquita muerta…


Ricardo cortó la conversación, le daba bronca esos comentarios, pero igual se decidió hablar con su vecina. A los dos días la vió por el pasillo, se puso a su lado y le dijo:


-Discúlpeme Alejandra pero quería hacerle una pregunta.


Ella se detuvo, su carita se sonrojó.


-Quisiera saber si usted no vio a alguien que me robe la vela que enciendo todas las noches por si cortan la luz. – Pero no se atrevió a inculparla.


-Por supuesto que no!! – exclamó Alejandra con voz firme.


Ricardo se intimido diciendo:


-Discúlpeme no fue mi intención ofenderla, mas aún me gustaría comunicarme más con usted, como vecinos debemos llevarnos bien. ¿Qué le parece si un día tomamos un café en casa?


-Puede ser. – contestó ella y se fue.


Él la siguió con la mirada y le causo cierto estremecimiento su estilizada figura.


Se vieron varias veces. Simpatizaron. Ella le contó que por las noches estudiaba dibujo y pintura en el Fader, que había tenido una gran desilusión amorosa, pero que estaba saliendo de su duelo poco a poco.


El sábado siguiente lo invitó a que conociera sus obras en su departamento mientras tomaban un café. Ricardo acepto gustoso, le dijo que su única bronca era no descubrir quien le robaba las velas, pero ante tamaña tontería los dos se murieron de risa.


Ese sábado él se arreglo bien para impresionarla, tocó el timbre y ella abrió.


Estaba deslumbrante, sonriente se diría que feliz. El no pudo más y le dijo:


-Ale me gustás mucho…yo estoy solo y…


-Por fin!! –exclamo ella.


-Por fin qué ? – dijo él, gratamente sorprendido.


Ella lo tomó de la mano y mientras lo llevaba a la otra habitación le preguntó


-Querés ver mi obra ??


Cuando entraron él vio un cuadro con su propia cara, firmado Ale y en el ángulo izquierdo una velita encendida en un platito de cerámica blanca.


En el estante de abajo había una multitud de velas robadas…


Los dos abrazados lloraban de la risa.

lunes, 26 de julio de 2010

La vela

-Esta vez si !! –dijo excitado Ricardo-esta vez agarro a la vieja…

Abrió rápido la puerta del departamento y vio como una sombra al final del pasillo…

-Otra vez se escapó- exclamó frustrado cerrando con violencia la puerta, no sin antes recoger el platito de hojalata vacío en el que apoyaba la vela encendida.


Por mas que pensaba no podía estar seguro porque día a día le robaban la vela que él, por precaución encendía al anochecer. Estaba casi seguro que era la vieja del fondo pero aún no había podido comprobarlo.


Ricardo tenía cuarenta y ocho años y vivía desde hacia mas de veinte en ese departamento de dos ambientes. Siempre vivió con su madre, mujer fuerte y dominante. Ambos se querían mucho. Hacía cinco años a ella le detectaron un cáncer terminal de páncreas y al poco tiempo murió. En sus últimos tiempos la pobre mujer no se podía levantar y le había pedido al hijo que le hiciera en el ángulo de la pared del dormitorio dos estantecitos triangulares que oficiaban de pequeño altar. Allí había puesto una estampita de San Expedito pidiendo un milagro, además había agregado una vela que flotaba en aceite y permanecía prendida día y noche. En el living y frente al televisor había un silloncito rojo que Ricardo le compró para cuidarla y complacerla .A ella la puso feliz y lo agradecía con besos y caricias.


Desde que murió, él mantuvo la vela del altarcito siempre encendida. Estaba taciturno invadido por la soledad y la tristeza. Iba del trabajo al departamento y no lograba reponerse. Además sentía un miedo desmedido a la oscuridad, tanto era así que decidió colocar todos los días una vela encendida en un platito de hojalata a la puerta del departamento por si ocurría un corte de electricidad.


Últimamente estaba muy angustiado y confuso porque día a día le robaban la vela sin ningún motivo aparente. Esto lo obsesionó, casi no dormía acechando al presunto ladrón sin resultado. Su mente febril no podía entender que ocurría. Se enfermó y hacía tres días que no iba al trabajo. Deambulaba por la casa preso de ataques de pánico. Se paraba frente al altarcito, rezaba y le pedía ayuda a su madre. Esa noche sintió ruidos raros en el pasillo. “esta vez sí que la agarro” dijo pensando en la vieja del fondo. Abrió la puerta de golpe y se sorprendió al encontrar la vela encendida en el platito de hojalata.


Lo levantó y lo llevó para adentro. Un tenso silencio se apoderó del ambiente. El silloncito rojo parecía fosforescente. Lo invitaba a sentarse en él. Una sombra difusa lo envolvía por fuera. Como hipnotizado se sentó lentamente. La sombra lo envolvió en un cálido abrazo. Una ráfaga de oculto viento apagó la vela. El platito de hojalata cayó lentamente de las manos de un hombre que acababa de morir.


El y el Otro




Cuando El hablaba miraba directamente a los ojos con la certeza de la verdad. Su Voz era la voz de los antiguos maestros. La multitud lo seguía como un corazón y un alma. El tenía el favor de todo el pueblo.

Su Palabra era clara, simple, penetrante…

“Saquemos a los corruptos del poder”

“Basta de fariseos y mercenarios”

“Basta de intermediarios y mercaderes”

“Que se vayan todos”

Y los echó…

Pero finalmente lo secuestraron y asesinaron…

El Otro, no lo conoció personalmente pero fue un encarnizado enemigo de sus ideas. Su formación, bajo lo tutela imperialista, lo hizo un culto admirador del poder. Pero le atraía el mensaje del que hablaban los seguidores de El.

Un día tuvo un sueño revelador, escuchó la Voz y su mensaje. Cuando despertó, en su vanidad, se creyó el elegido. Pero ese mensaje mezclado con su mente imperialista se transformó en un nuevo mensaje, un mensaje espurio y decidió luchar por el. Recorrió muchos estados del Imperio y logró vender el falso mensaje, estructurando a su alrededor una nueva organización de corruptos, intermediarios y mercaderes.

Esta nueva idea fue comprada años después por los amos del imperio que habilitaron una sede como central de operaciones del mensaje espurio.

El verdadero mensaje había sido olvidado aunque, quien sabe, pervive en todos los corazones simples y sinceros, como de niños.

El se llamaba Jesús

El Otro Pablo

lunes, 19 de julio de 2010

Eso



Estaba frente a mí. Me sacudió el verlo, que era eso?. Sentí curiosidad, me acerqué…

Era pequeño, a lo sumo de diez centímetros de alto. Tres formas blanquecinas conformaban su cuerpo. La de mayor grosor, tenía terminaciones acorazonadas, que se extendían hacia una supuesta parte posterior. Oblicuamente, en la superficie lisa superior se levantaba, como un muro de menor a mayor, una especie de cresta que se erguía como un centinela lúgubre, expectante. Me animé a tocarlo, era una piel muy suave , blanca y delicada. Su lado interno se continuaba con otra masa lateral, más fina y alta. Estático y firme, le sobresalía un pico de forma roma semejante a una aguja gruesa que se hundía sobre la base de su cuerpo. Cuerpo que parecía flotar sin apoyo sobre la tierra, la cara interna estaba unida a un pié visible muy fuerte, que lo sostenía a pesar de su peso. Pié extraño, no humano, desde atrás iba de mayor a menor y su forma era totalmente irregular, áspera. La masa confusa del cuerpo aumentaba por las sombras que lo envolvía… Sólo un hueco parecido a un túnel lo cruzaba y de su parte posterior penetraba una tenue luz.

Me alejé un poco y volví mi mirada a esa cosa enigmática, de apariencia blanquecina y deforme, pequeña y grandiosa al mismo tiempo, eso que parecía indicar que estaba más allá de la lógica humana.