lunes, 26 de julio de 2010

La vela

-Esta vez si !! –dijo excitado Ricardo-esta vez agarro a la vieja…

Abrió rápido la puerta del departamento y vio como una sombra al final del pasillo…

-Otra vez se escapó- exclamó frustrado cerrando con violencia la puerta, no sin antes recoger el platito de hojalata vacío en el que apoyaba la vela encendida.


Por mas que pensaba no podía estar seguro porque día a día le robaban la vela que él, por precaución encendía al anochecer. Estaba casi seguro que era la vieja del fondo pero aún no había podido comprobarlo.


Ricardo tenía cuarenta y ocho años y vivía desde hacia mas de veinte en ese departamento de dos ambientes. Siempre vivió con su madre, mujer fuerte y dominante. Ambos se querían mucho. Hacía cinco años a ella le detectaron un cáncer terminal de páncreas y al poco tiempo murió. En sus últimos tiempos la pobre mujer no se podía levantar y le había pedido al hijo que le hiciera en el ángulo de la pared del dormitorio dos estantecitos triangulares que oficiaban de pequeño altar. Allí había puesto una estampita de San Expedito pidiendo un milagro, además había agregado una vela que flotaba en aceite y permanecía prendida día y noche. En el living y frente al televisor había un silloncito rojo que Ricardo le compró para cuidarla y complacerla .A ella la puso feliz y lo agradecía con besos y caricias.


Desde que murió, él mantuvo la vela del altarcito siempre encendida. Estaba taciturno invadido por la soledad y la tristeza. Iba del trabajo al departamento y no lograba reponerse. Además sentía un miedo desmedido a la oscuridad, tanto era así que decidió colocar todos los días una vela encendida en un platito de hojalata a la puerta del departamento por si ocurría un corte de electricidad.


Últimamente estaba muy angustiado y confuso porque día a día le robaban la vela sin ningún motivo aparente. Esto lo obsesionó, casi no dormía acechando al presunto ladrón sin resultado. Su mente febril no podía entender que ocurría. Se enfermó y hacía tres días que no iba al trabajo. Deambulaba por la casa preso de ataques de pánico. Se paraba frente al altarcito, rezaba y le pedía ayuda a su madre. Esa noche sintió ruidos raros en el pasillo. “esta vez sí que la agarro” dijo pensando en la vieja del fondo. Abrió la puerta de golpe y se sorprendió al encontrar la vela encendida en el platito de hojalata.


Lo levantó y lo llevó para adentro. Un tenso silencio se apoderó del ambiente. El silloncito rojo parecía fosforescente. Lo invitaba a sentarse en él. Una sombra difusa lo envolvía por fuera. Como hipnotizado se sentó lentamente. La sombra lo envolvió en un cálido abrazo. Una ráfaga de oculto viento apagó la vela. El platito de hojalata cayó lentamente de las manos de un hombre que acababa de morir.


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