martes, 27 de julio de 2010

Cerezas


Iba muy tensionado a la casa de su novia. Era la primera vez y en la formal presentación iba a estar reunida toda su familia. Se había vestido de “elegante sport”. Se veía muy viril, era alto, rubio y de ojos muy claros. Cuando llegó a la casona de San Isidro vio a Carola esperándolo en la puerta. Estaba radiante luciendo un vestido muy escotado que hacían vislumbrar sus pechos firmes, voluminosos y blancos, que no le pasaron desapercibidos.


En la sala le presentó sonriente uno a uno a todos sus familiares con un cordial e ingenioso comentario. Sus padres fueron efusivos y cálidos. Eso lo tranquilizó y sonrió calmado. Todos estaban muy elegantes. Al rato él, Carlos, se sintió uno mas.


Última en llegar fue la tía Lucy, una cuarentona muy bella de grandes ojos negros y brillantes. De cuerpo muy sexy y movimientos felinos. Cuando se acercó a la feliz pareja para presentarse sus ojos chispearon de envidia y su boca se endureció. Lucy vivía sola, sus amores habían sido apasionados y breves. La familia la consideraba una lujuriosa insatisfecha. Con irónico humor, no exento de malicia la llamaban “la bruja” por su dedicación a las cosas esotéricas que practicaba, ella nunca respondía pero sonreía enigmáticamente…


La bruja puso toda su atención en Carlos, varias veces se paseó ondulante frente a él con finalidad seductora, pero fracasó. Carlos tenía ojos solo para Carola. Furiosa se acomodó en un sillón repujado que estaba en el rincón derecho. “Viene de clase inferior” se dijo para consolarse y observó los esfuerzos que hacía para agradar a todos, entonces planeó su venganza, entrecerró los ojos y envió hacia Carlos un demonio que eligió sabiamente, el demonio de la gula, cuando terminó su diabólica tarea sonrió…


Carlos sintió un estremecimiento cuando se dirigía al comedor. Algo había en él que nunca había sentido. Se sentaron, Carola le tomó la mano que el rechazó. Un hambre inaudita se apoderó de su cuerpo y de su mente. Su boca se llenó de saliva burbujeante. No podía entender que le pasaba. Cuando trajeron las fuentes sintió odio por los que se sirvieron los primeros platos. En su cabeza había una sola orden “toda la comida es tuya, solo tuya”. Las caras de los comensales se borraron de su vista. Solo veía el rostro y los ojos negros y penetrantes de la bruja, que sonreía. Se abalanzó sobre la comida devorándola desesperadamente. Peleaba plato por plato. Los comensales atónicos no entendían que pasaba con ese energúmeno que gruñía y arrebataba furioso cualquier alimento, se pusieron de pié y se alejaron a cierta distancia de la mesa, viendo a Carlos engullirse todo hasta el hartazgo. Cuando se calmo un poco emitió un estremecedor y resonante eructo…


Carola sollozaba cuando lo vio levantarse de la mesa. Su ropa manchada de salsas, cremas y restos de comida.


Carlos con ojos extraviados buscaba la salida, cuando se dirigía hacia ella percibió a Carola sollozando, se acercó, miró sus pechos temblorosos, le desgarró el escote, los pezones le parecieron dos exquisitas y turgentes cerezas, su boca se espumó, avanzó sobre ellas…

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