miércoles, 9 de abril de 2008

Abuelo

I

Año 2007. Estoy leyendo un reportaje al filósofo francés Luc Ferry, cincuenta y seis años. Su último libro Aprender a vivir (best seller) “vendió 300000 libros en Francia y fue traducido a decenas de idiomas…”

El autor es, según el artículo, un “intelectual sólido, provocador y con grandes dotes de comunicación”.

En la nota le preguntan al locuaz filósofo sobre la “globalización” de su tesis y él dice frases como estas:

“ …creo que no hay otro libro que diga que las grandes filosofías son teorías de salvación y honestamente creo que he sido el primero en hacerlo”(sic).

Y que entre otras cosas

“la aparición del capitalismo le dio más libertad al hombre y pudo casarse por amor, y también sentir el amor familiar…”

Y sigue desarrollando que su actualizada posición filosófica tiene como fundamento la “sabiduría del amor” para vivir mejor y enfrentar el duro momento de la muerte propia y de los seres queridos…

II

Año 1971. Sábado a la tarde, septiembre. Voy con el auto a un geriátrico en Lanús.

Allí esta Manuel, mi abuelo, ochenta y ocho años.

Mis tíos lo alojaron en ese lugar porque están atendiendo a mi abuela,
la esposa de Manuel
y no pueden cuidar a los dos en casa.

Manuel nació en Pontevedra, poco estudio pero gran voluntad para emprender trabajos con futuro.

Al poco tiempo de llegar a Buenos Aires instaló una pequeña fábrica de escobas.

Se casó y tuvieron cuatro hijos. De las dos mujeres una murió, de niña, en un accidente.

Me dijeron que él lloró en silencio pero nunca dijo nada. Era un abuelo silencioso.

Leía La Prensa
ahorraba y trabajaba, trabajaba.

Con el peronismo se complicó la vida laboral
y sus mas queridos obreros le faltaron el respeto
pidiéndo beneficios que él no podía cumplir.

Finalmente cerró la fábrica
y la, por entonces, desconocida inflación lo terminó por vencer.

Nunca hablaba pero no era triste...
el diario era su proveedor de lo que pasaba en el mundo.

Cuatro años atrás le propusieron lo del geriátrico y aceptó.

Eso iba yo pensando mientras llegaba al lugar.

Cuando entré lo vi al lado del ventanal.

Me pareció triste
pero sus ojos delataron cierta alegría al verme.

Permanecimos largo rato en silencio.

Observé su rostro noble con arrugas
que denotaban la edad
y cierta abandónica tristeza.

Su cabello muy blanco resplandecía al sol.

Al cabo de un tiempo me miró a los ojos y me dijo:

“en la vida todo es cuestión de amor…”

Sus sabias palabras de labriego de este mundo
permanecen indelebles en mí.

Y no escribió ningún best seller…

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